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Cáncer de mama y tóxicos

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A veces las causas que producen las cosas, cuando son tan importantes y extendidas como para provocar o influir en pandemias que afectan a millones de personas, son a veces demasiado difíciles de ocultar. Tanto que con frecuencia, aunque los científicos no las busquen, acaban topándose con ellas por el camino.

Un ejemplo de ello podría ser la historia de los doctores Ana Soto y Carlos Sonnenschein que en 1987 investigaban en la Facultad de Medicina de la Universidad de Tuffs, en Boston (EE.UU.) sobre los factores que podían detener el crecimiento de las células de cáncer de mama (1). No eran entonces precisamente científicos especialmente interesados en los efectos de la contaminación sobre el cáncer. Realizaban una investigación convencional con el deseo de encontrar una sustancia que inhibiera el crecimiento de los tumores. Era un proceso muy delicado en el que era absolutamente crucial, con la finalidad de identificar y depurar las sustancias que producían una serie de efectos, evitar cualquier clase de contaminación que pudiera desbaratar el resultado de los experimentos.

A pesar de las increíbles medidas adoptadas en ese sentido y de que en centenares de ocasiones similares nunca había sucedido nada extraño, un día pasó algo. Un cultivo de células de cáncer de mama que no debían crecer, sin embargo lo hacían, y desmesuradamente. No se explicaban por qué.

¿Había existido una contaminación accidental con estrógenos?. Parecía difícil ya que el gramo de estradiol, la potente hormona femenina que utilizaban para los experimentos se guardaba en otro laboratorio. ¿Había alguien saboteado el experimento? ¿Habían cometido algún error?. No procede extenderse aquí sobre todos sus quebraderos de cabeza, todos los cambios, y todas las pesquisas que durante meses hubieron de hacer, hasta que dieron con la causa.

La causa era algo insospechado: que el plástico del que estaban hechos los tubos que utilizaban en los experimentos ,el poliestireno, a pesar de su apariencia inerte, liberaba una sustancia que hacía crecer a las células del cáncer de mama.

Dos años después del inicio del problema identificaron la sustancia: era el p-nonilfenol, sustancia que había sido añadida al plástico como anti-oxidante. Aquello les llevaría a indagar qué otros productos podían tener ésa sustancia o sustancias afines. Así descubrieron que podía estar en otros plásticos y que la descomposición de determinados detergentes, plaguicidas y productos de higiene personal podían generarla. Un nuevo mundo se abrió ante ellos. No conviene olvidar que esa sustancia hacía crecer a las células humanas del cáncer de mama y que estaba presente en múltiples elementos de la vida cotidiana de las personas. Luego vendría el descubrimiento de más sustancias con semejantes efectos.

Como decíamos al principio, de lo que estamos hablando es algo tan grande y tan extenso que ni siquiera es preciso que los investigadores tengan que buscar demasiado. Se mete, por sí solo, en los propios laboratorios. Podríamos referir más casos semejantes al de Soto y Sonnenschein, como el de los investigadores de la Universidad de Standford ,en California, cuyos experimentos se vieron interferidos por el bisfenol A que liberaban los matraces hechos del plástico policarbonato. El bisfenol A, por cierto, también es una sustancia que hace proliferar las células del cáncer de mama y que, como vemos en otras partes de esta web está por doquier.

De cosas así aprenderían mucho científicos como Nicolás Olea, de la Universidad de Granada, que había trabajado con Ana Soto y Sonnenschein en la Universidad de Tuffs, y que hoy en día es uno de los puntales de la medicina ambiental en España. Ha estudiado mucho sonre cánceres dependientes de las hormonas, como lo es el mamario. Y sabe el peso que tantas sustancias contaminantes que imitan a estos mensajeros químicos del cuerpo, puede tener en la enfermedad. Hasta ahora se ha identificado a más de 500 sustancias contaminantes con actividad estrogénica, es decir, imitadoras de los estrógenos (hormonas femeninas). Pero es evidente que la cosa no acaba sino de comenzar, ya que este ámbito de estudio de los contaminantes es relativamente muy reciente.

Olea no es precisamente de los científicos que por interés o comodidad quieren mirar para otro lado. Es mucho lo que ha investigado sobre los efectos de los contaminantes en enfermedades como el cáncer de mama. Por supuesto que lo ha hecho, y mucho, con sustancias como el bisfenol A que se encuentra en el revestimiento interior de muchas latas de comida, liberándose frecuentemente desde él a los alimentos (2), pero también con otras muchas otras diferentes como los pesticidas (luego lo veremos). Como él muchos otros investigadores, a lo largo y ancho del mundo estudian las más diversas sustancias que pueden contribuir a la expansión de enfermedades como el cáncer de mama.

En una revisión de los científicos John A. Newby y Vyvyan Howard a la que aludimos en otro apartado se resumen los hallazgos de muchos de los trabajos científicos realizados internacionalmente para determinar algunos de los factores que más pueden estar influyendo en la expansión de cánceres como el de mama. Entre ellos la importante presencia de contaminantes -pesticidas organoclorados, dioxinas, PCBs, hexaclorobenceno....- que pueden tener notables efectos de alteración del equilibrio hormonal de nuestros organismos, frecuentemente a niveles muy bajos de concentración. Se han realizado numerosas investigaciones –estudios epidemiológicos, estudios en animales, estudios con cultivos de células humanas,...- que han mostrado reiteradamente una relación entre el cáncer de mama y la exposición a las más diversas sustancias (bisfenol A, PCBs, dioxinas, beta-hexaclorociclohexano (3),...)

Pero es una lucha contra el reloj. Porque a la vez que la investigación va avanzando lo hace también la enfermedad y a un ritmo tremendo. Hacia principios de la década de los años 50, cuando el número y la cantidad de sustancias tóxicas a las que nos vemos expuestos era muy inferior a la de hoy, las mujeres del Reino Unido que podían esperar que se les diagnosticase un cáncer de mama a lo largo de su vida eran una de cada 20. Unas cinco décadas después, hacia el año 2.000, la cifra era ya de una de cada 8.

Muchos científicos, más cada vez y con mayor firmeza, piensan que no es casual esa concordancia entre la mayor presencia de los tóxicos y la mayor incidencia del cáncer de mama. Y los científicos que prefieren pensar que esa concordancia pueda ser una prueba meramente circunstancial , suelen quedarse mudos, no obstante, a la hora de aportar otras hipótesis, amparándose en que no se conoce la causa. Es lo mismo que suelen decir ante los otros tipos de cáncer a los que aludimos en esta web y en los que frecuentemente vemos las mismas pruebas supuestamente circunstanciales.

El problema es que cuando hay tantas pruebas circunstanciales que rodean el escenario de un crimen es probable que no quepa pensar en casualidades sino más bien en causalidades. Especialmente si estamos ante una enfermedad en la que, como se ha dicho, es perfectamente conocido que sus causas son, en la inmensa mayoría de los casos , y como ya se ha insistido, ambientales o, lo que es lo mismo, profundamente ligadas a lo circundante o circunstancial.

Siempre encontramos en el lugar del crimen a los mismos sospechosos, es más, encontramos una y otra vez en sus manos el arma homicida (esto es, demostramos la capacidad que tienen de producir el daño e incluso vemos que lo causan con numerosas pruebas científicas periciales). Pero a algunos miembros del jurado nunca les parece suficiente. Siempre ven alguna duda aparentemente razonable. De modo que se les deja en libertad. Es más, no se advierte a nadie del peligro que suponen. Y como en esos casos tan literarios de los asesinos en serie, los asesinos con patrón, siguen apareciendo mujeres muertas. Vuelven a aparecer en sus cuerpos los restos biológicos o químicos de los sospechosos, su ADN, pero sigue habiendo a quien no le parece bastante. Y mientras, el asesino sigue suelto y, animado por su impunidad, ataca cada vez a más mujeres.

En países como el Reino Unido, al que ya nos hemos referido, al igual que en otros como los Estados Unidos, ataca a una de cada 8 mujeres, consiguiendo matar o acortar la vida a muchas de ellas. Pero la tendencia es que ,en no mucho tiempo, el porcentaje de mujeres afectadas sea mucho mayor tanto en estos países como en otros como España, en los que hoy ataca a un número algo inferior de féminas (una de cada 10).

El motivo por el cual hemos estado describiendo esta situación como si de un crimen se tratase es que, por literario que sea o parezca, hacerlo así nos aporta una visión que creemos muy necesaria. Porque creemos que si se estuviera hablando de un criminal de carne y hueso nadie comprendería que se estuviera actuando de esta manera. ¿Se imaginan que hubiese un criminal, o una banda de ellos, que matase a miles de mujeres y dejase heridas a otras tantas y que la policía les dijese que como no se sabe claramente quien o quienes son los culpables, había que centrarse sobre todo en atender al creciente número de víctimas, desentendiéndose de dar con los causantes?. Imagínense de verdad lo que les decimos. Porque es, de alguna manera, precisamente lo que está pasando. Se está apostando por mejorar el tratamiento de las víctimas, mientras se tolera que el número de nuevas víctimas se incremente sin considerar prioritario dar con el criminal y detenerlo.

Hoy el cáncer de mama se ha convertido ya en la primera causa de mortalidad en mujeres de 35 a 55 años en los países desarrollados. Además, cada vez se está adelantando más la edad a la que comienzan a desarrollarse estos tumores. Todo ello es otra prueba de que no tienen razón aquellos que ,dando por bueno no conocer las causas, se aferran a cualquier argumento que tienen a mano como el de que el cáncer, en general, esté creciendo porque la gente cada vez vive más años. Si el cáncer fuese sólo cosa de envejecimiento ¿por qué crece también y de manera muy fuerte entre las personas jóvenes?. Lo hemos visto ya con otros tipos de tumores, precisamente algunos de los que más están creciendo, y lo vemos ahora con el cáncer de mama.

Es muy fácil y muy cómodo culpar a la propia Naturaleza de todo. Especialmente, si nuestro argumento no implica enfrentarse a ninguna industria poderosa, como pueda ser la industria química. Es muy fácil y muy cómodo sostener que no hay nada que cambiar, que no hay nada que estemos haciendo mal, es más, que es precisamente por eso, por lo bien que lo hacemos todo, que la gente vive más años y claro, el cuerpo se deteriora y por eso hay más cáncer. ¡Que bonito sería si fuese tan sencillo!. Lo triste es que los datos, como vemos, no abonan tales explicaciones. Es obvio que hace décadas, aún entre la gente más mayor, no había las tasas de cáncer que hoy se dan.

El crecimiento del cáncer de mama tiene además unas características que lo convierten en algo especialmente interesante para cualquier persona que sepa un poco acerca del tema de la contaminación. Porque uno de los parámetros clásicos que siempre se ha utilizado, a lo largo de las últimas décadas, para ilustrar la presencia y persistencia de los tóxicos en el cuerpo humano, ha sido, precisamente, el de los contenidos de tóxicos en la leche de las mujeres.

Cualquiera que haya dedicado tiempo a leer sobre indicadores de polución ambiental sabe que precisamente los pechos femeninos son lugares del cuerpo que, por su contenido en grasas, actúan como receptáculos muy importantes de una serie de contaminantes persistentes. Porque una de las características más básicas de muchos de ellos es que son lipofílicos, es decir, que tienen afinidad por las grasas.

Hacer siquiera un resumen de todo lo que se ha publicado sobre esto sería interminable. Tanto es lo que se ha publicado, sobre los tóxicos -HCH, DDE, DDT, dieldrin, heptacloro y tantos otros- en la leche de las madres a lo largo y ancho del mundo, desde Escocolmo a Nueva York, pasando por París o Madrid (4).

Sabiendo que las mamas son un lugar con una singular acumulación de tóxicos directa o indirectamente cancerígenos ¿es tan sorprendente que sea precisamente el cáncer de mama el que más mujeres se lleve por delante, a una gran distancia de los demás?. ¿Es tan extraño que, de entre todos los tumores que pueden afectar a las mujeres sea precisamente éste el que se lleve la palma?. ¿Es casualidad que con todos los órganos que tiene el cuerpo de una mujer sea precisamente en esta zona del cuerpo donde se concentren tantos?

Curiosamente, se considera que dar el pecho es un factor que reduce el riesgo de cáncer de mama, cuando se sabe que hacerlo es, al mismo tiempo, una de las principales vías de limpiarse de muchos tóxicos por parte de las mujeres (5). La lactancia moviliza las grasas y los tóxicos que portan trasladándolos a la leche.

Nicolás Olea, catedrático de Medicina de la Universidad de Granada, comentaba precisamente que el haber dado menos de mamar era uno de los factores que podía incidir en que precisamente fuesen las mujeres urbanas y con alto nivel de estudios, las que se viesen más afectadas, al margen de la exposición a otras fuentes de sustancias conflictivas tales como cosméticos, productos de limpieza, alimentación, etc .

Olea comentaba esto ante los resultados de una investigación que había realizado y en la que analizaba la presencia de 17 pesticidas organoclorados en los pechos de las mujeres y si ello guardaba relación o no con un mayor riesgo de padecer este tipo de tumores. El resultado: las mujeres que se exponían a los efectos combinados de esas 17 sustancias tenían una probabilidad que llegaba a ser cuatro veces superior de tener la enfermedad maligna, frente a las que no se veían expuestas a esas sustancias del mismo modo.

Por cierto que , en relación con lo dicho sobre como los tóxicos pasan a los hijos e hijas a través de la lactancia, conviene apuntar una cosa. Frente a los que tienen una excesiva tendencia a genetizar todo lo que tiene que ver con el cáncer, en la línea de lo que comentan expertos como Miquel Porta, cuando se piensa en el papel de cosas como los antecedentes familiares en el cáncer de mama, acaso debiera considerarse que lo que heredan también muchas mujeres, y no a través de los genes precisamente, sino por ejemplo a través de la lactancia, es parte de la carga tóxica de sus madres, lo que hará que tengan más tóxicos de partida que luego ir incrementando. Sin olvidar que si las madres tenían una determinada carga tóxica ello ya pudo tener efectos en su descendencia por la exposición intrauterina.

La verdad es que cada vez son más los estudios científicos que van en la misma línea que el de Nicolás Olea. Si hace unos años eran tan sólo unos cuantos y tímidos, hoy son una enorme cantidad de científicos y cada vez con mayor firmeza, los que como Devra Lee Davis, directora del Programa de Salud, Medio Ambiente y Desarrollo del Instituto de Recursos Mundiales, están convencidos del importantísimo papel que las sustancias contaminantes pueden tener como causas del cáncer de mama (6). Si uno repasa las revisiones que se han hecho sobre los centenares de artículos que versan sobre este tema, no puede por menos que terminar absolutamente convencido acerca de ello. Una buena revisión es, por ejemplo, la titulada así: El estado de la evidencia. ¿Qué conexión hay entre el medio ambiente y el cáncer de mama? (State of the Evidence. What is the Connection Between the Environment and Breast Cancer?) que resume las conclusiones de 350 estudios experimentales, epidemiológicos y ecológicos, acerca de los vínculos existentes entre muchas sustancias químicas, así como otros factores ambientales, y este tipo de cánceres ( 7 ). Entre las sustancias se citan: DDT, bisfenol-A , cloruro de polivinilo, dietilestilbestrol, dieldrin,   aminas aromáticas, 1,3 butadieno, PCBs, dioxinas, óxido de etileno, heptaclor, triazina, ftalatos, y algunos compuestos presentes en diversos productos de limpieza del hogar, aditivos alimentarios, disolventes, cremas solares, ....

Esta revisión, realizada por la Breast Cancer Fund, comenta el espectacular crecimiento del cáncer de mama en las últimas décadas , especialmente a partir de 1940. En los Estados Unidos, en el espacio de los últimos 40 años, la incidencia de la enfermedad se ha multiplicado por tres.

Los patrones de la incidencia del cáncer de mama” –dice el informe de la Breast Cancer Fund- “indican la importancia de los factores ambientales”. Una de las cosas que se apuntan en este sentido es algo a lo que ya aludimos antes al hablar más en general de todos los tipos de cáncer, la reiterada comprobación de cómo “las mujeres que se desplazan desde países con tasas bajas de cáncer de mama hacia países industrializados adquieren pronto el alto riesgo de los nuevos países. El mayor estudio realizado jamás sobre gemelas halló que las exposiciones ambientales que padecían solo aquellas con cáncer de mama eran el factor que más contribuía al desarrollo de la enfermedad” . Hablamos de gemelas, es decir, de mujeres con los mismos antecedentes familiares y ,como se ve, el ambiente podía más que esos antecedentes.

El informe incide en algo que analizamos en otros puntos de esta web y que puede tener una excepcional importancia como son los grandes efectos que puede tener la exposición constante a centenares de compuestos a niveles aparentemente “bajos” de concentración, especialmente durante periodos sensibles del desarrollo. En concreto , una de las mayores preocupaciones que se recogen en la literatura científica tiene que ver con el sobrado conocimiento que se tiene acerca del papel reconocido que los niveles de las hormonas femeninas (estrógenos) tienen en el crecimiento de los tumores mamarios. Porque se sabe que centenares de sustancias contaminantes tienen la propiedad de comportarse dentro de los organismos humanos de modo similar a las hormonas femeninas naturales, lo que, además de producir otros desarreglos, puede potenciar enormemente el desarrollo del cáncer de mama. Estas sustancias son denominadas xenoestrógenos , que viene significa estrógenos extraños al cuerpo. El informe apunta que la exposición crónica y persistente a una gran cantidad de estas sustancias “puede ayudar a explicar el incremento del cáncer de mama en los países industrializados”.

Evidentemente, nunca debe simplificarse, y más en enfermedades de etiología (causa) compleja. Pero es evidente que los factores descritos parecen estar jugando un papel muy determinante en un porcentaje significativo de los casos, unidos a otros que tradicionalmente han venido siendo más tenidos en cuenta, tales como la edad, los genes, el alcohol, el ejercicio, el uso de la terapia hormonal sustitutiva o el empleo de píldoras anticonceptivas, por ejemplo. Se apunta también la propia exposición de la mujer a sus propios estrógenos naturales que se ha visto incrementada al haberse reducido en muchos países la lactancia y los embarazos, lo que no deja de ser consecuencia, de cierta desnaturalización de los modos de vida. Pero estos factores no explicarían, en el mejor de los casos, según algunas fuentes, más del 50% de los casos de cáncer de mama. El otro 50% al menos debe ser explicado por otras razones como la presencia generalizada de sustancias a la que venimos aludiendo. La cifra parece concordar con la que se hizo pública en octubre de 2006 cuando el WWF presentó un informe que había encargado a la Universidad de Londres. En el informe se vinculaba a las sustancias alteradoras del equilibro hormonal con el cáncer de mama atribuyendo a este motivo al menos la mitad de los casos de la enfermedad ( 8 ). En cualquier caso, establecer porcentajes sobre esto es algo delicado que sólo podrá hacerse más ajustadamente cuando se haya estudiado mucho más la cuestión. De todos modos, lo que es incuestionable, más allá de la forma que siempre tiene de construirse el lenguaje científico, y en el que pocas veces caben las afirmaciones categóricas, incluso ante las mayores evidencias, es que un porcentaje muy importante de las mujeres que desarrollan un cáncer de mama parecen hacerlo por esta razón. Un porcentaje lo suficientemente importante como para que se estuvieran adoptando unas medidas para protegerlas que, hoy por hoy, no se están tomando.

En relación con lo que estamos diciendo hay cada vez más voces científicas que claman para que se adopten medidas preventivas. Una de ellas es la de Andreas Kortenkamp que en un estudio reciente (9) suyo acerca del papel que en el cáncer de mama podían estar teniendo los contaminantes que alteraban el equilibrio hormonal (Breast cancer and exposure to hormonally active chemicals: An appraisal of the scientific evidence) insistía en que “dado el papel conocido de los estrógenos en el cáncer de mama, sería prudente reducir las exposiciones a sustancias químicas que imitan a los estrógenos”. Son cosas que llevan ya diciéndose mucho tiempo. Es lo mismo, por ejemplo que pidió la Royal Society del Reino Unido en el año 2000 cuando dijo que ,al margen de las cosas que quedasen por investigar en estas cuestiones, y teniendo en cuenta todo lo que ya se sabía, era prudente “minimizar la exposición de los seres humanos, especialmente de las mujeres gestantes, a las sustancias químicas disruptoras de las hormonas”.

Pese a todo, es probable que sigan existiendo personas, especialmente las más ligadas a ciertos intereses, que digan que no hay suficientes pruebas. Son los mismos que dicen también que si los agricultores que manejan ciertos pesticidas o las personas que viven cerca de ciertas industrias tienen más tumores de algunos tipos es también una casualidad. Cualquier prueba que se aporte, por contundente que sea, no les servirá. Y mientras las mujeres seguirán muriendo.


 


 

HÁGASE COLABORADOR DEL FONDO PARA LA DEFENSA DE LA SALUD AMBIENTAL


 

Advertencia: contenidos sujetos a © Copyright


 


 

NOTAS:


 

1 El relato se encuentra, con más detalle, en el libro Nuestro Futuro Robado. Colborn T, Peterson JP y Dumanoski D. Ecoespaña Editorial 1997.

2 Por ejemplo: Olea N et al. (1995). Xenoestrogens released from lacquer coatings in food cans. Environmental Health Perspectives 103(6): 608-612.

3 Un isómero contaminante ligado al lindano.

4 Por cierto, que por hablar de España en concreto, decir que algunas de estas mediciones no daban datos demasiado positivos precisamente. En el año 2001, por ejemplo, dentro del I Ciclo de Invierno de Ciencia y Tecnología (Universidad Complutense de Madrid), se divulgaron unos datos de las Naciones Unidas que situaban a España como el cuarto de entre 17 países que habían sido estudiados en cuanto al contenido de tóxicos en la leche materna.

5 Pese a ello seguiría aportando más benéficos al bebé que otras formas de alimentarlo.

6 Son muchos. Ver, por ejemplo en “Medical hipótesis: xenoestrogens as preventable causes of breast cancer” Environmental Health Perspectives.Vol 101. Nº 5 (octubre 1993).; H. Leon Bradlow en “Effects of pesticides on the ratio of 16/2.hidroxiyestrone: a biologic marker of breast cancer risk” .E. H. Perspectives. Vol 103. Supplement 7 (oct. 1995); etc.

7 State of the Evidence. What is the connection between the environment and breast cancer?. Fourth Edition 2006. Edited by Nancy Evans, Health Science Consultant. Breast Cancer Fund. (Si quieren ver la edición de 2010 aquí pueden hacerlo  http://www.breastcancerfund.org/assets/pdfs/publications/state-of-the-evidence-2010.pdf )

8 Ver “Environmental contaminants and breast cancer: the growing concerns about endocrine disrupting chemicals”. A briefing paper for WWF-UK by Dr. Andreas Kortenkamp PhD, Reader and Head of Centre for Toxicology, The School of Pharmacy, University of London. October 2006.

 

COSAS DE INTERÉS:

Cáncer de mama y productos de la limpieza (Environmental Health)

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