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La toxicología, ciencia inexacta

Si hay una ciencia que haga honor a eso de que hay pocas ciencias exactas es sin duda alguna la toxicología. Porque exacta, lo que se dice exacta, es más bien poco. Especialmente es así a la hora de establecer qué límites de una sustancia tóxica son seguros y que límites no lo son.

No hablamos en este caso de crasos errores como analizar sólo sustancias aisladas, de haberse centrado en exceso sólo en unos pocos daños como el cáncer y no tanto en otros como la disrupción hormonal (y cuando lo ha hecho, habiendo considerado sólo una parte de estos efectos), o de haber olvidado la importancia de los efectos sobre la infancia o los que se manifiestan a veces décadas después de una exposición. No hablamos de estas cosas. Tampoco, como haacemos en otro apartado, de cómo cualquier criterio toxicológico, por técnica y rigurosa que sea su apariencia, puede deformarse para favorecer intereses económicos industriales.

Hay en particular algunas cosas que muestran de forma bien evidente cuanto de caprichoso y poco científico puede haber en la toxicología. Un ejemplo claro son las diferencias que hay entre los niveles legales que se adoptan en un país o en otro (1). Ya que si todos somos personas con organismos semejantes ¿cómo es posible que en un país la ley diga que lo seguro es un nivel y en otro país otro?. ¿Es que un alemán resiste menos la contaminación que un ruso?. Esto no es más que otra prueba de que los criterios sanitarios, como se dice en otros apartados, pueden supeditarse a otros intereses con más fuerza en unos países que en otros (al margen de que puedan influir también otras cuestiones). Es cómo lo que, saliéndonos del ámbito de la contaminación química, sucede con los niveles permitidos de radiactividad que puede recibir una persona. En España, por ejemplo, se consideraba que una persona normal podía recibir solo 5 milisievers al año y , sin embargo, un trabajador podía recibir 50. ¿El cuerpo de un trabajador está hecho de una materia diferente?. Evidentemente no. Lo que sucede es que los límites legales se establecen muy frecuentemente en función de intereses económicos industriales y no sanitarios.

Pero la verdad es que no es en cosas como las dichas , por evidentes que sean, donde más se percibe, con cierto horror, el margen de capricho que cabe en la toxicología. Donde más se percibe es en los propios manuales que sientan las bases de esta ciencia. En ellos se aprecia, bien a las claras , el peso que en ella tienen criterios arbitrarios, subjetivos o meramente probabilisticos.

Aunque podrían introducirse algunos matices, como que puedan tenerse en cuenta a veces ciertos estudios epidemiológicos, por ejemplo, lo cierto es que demasiadas veces para establecer el nivel de exposición a un tóxico determinado que puede soportar una persona se suele proceder de la forma tan simple que a continuación vamos a ver. A saber: se realizan experimentos con animales a dosis altas y luego , tras realizar unos cálculos matemáticos abstractos relacionados con factores como la masa corporal, se divide la cifra obtenida por lo que se denomina un “factor de incertidumbre” (que otros llaman, quizá de forma más autocomplaciente, de “seguridad”).

Lo llamativo es que pueda existir quien pueda sentirse capaz de predecir el comportamiento real de los organismos vivos frente unas sustancias químicas ,con toda su complejidad y sus dinámicas movidas por los más diversos mecanismos, con el resultado de una simplona fórmula matemática que pretende extrapolar un resultado observado en animales. Una fórmula matemática probabilística no puede suplir la falta de conocimiento sobre los efectos reales en el cuerpo humano.

No podemos conformarnos con meras suposiciones. Porque , por mucha apariencia de precisión matemática que tengan, no son más que suposiciones que pretenden suplantar el conocimiento real de los fenómenos.

No es éste de la toxicología, ciertamente, el único ámbito técnico donde la previsión de un riesgo se ha hecho descansar sobre criterios tan quebradizos. Pensemos, por ejemplo, saliéndonos del ámbito de la seguridad química a otro diferente solo en aras de facilitar la comprensión d ellos que decimos, en el del establecimiento de las zonas donde existe riesgo de inundación en caso de una lluvia torrencial. Es un problema que ha costado la vida a muchas personas en países como España, donde los intereses económicos urbanísticos llevan a construir en zonas peligrosas. Sin embargo, a pesar de ello, para “prevenir” estos riesgos la Administración española se ha venido basando en datos probabilísticos abstractos más que en la realidad física observada sobre el terreno.

Expertos como el catedrático de Geografía de la Universidad de Alicante, Jorge Olcina, han demostrado como los datos oficiales infravaloraban el riesgo de inundaciones catastróficas en el Levante español, lo que propiciaba que se siguieran produciendo situaciones de peligro. Los mapas de riesgo estaban mal hechos y señalaban como zonas con un riesgo “medio” o “bajo” zonas que , con datos reales, provenientes de observaciones sobre el terreno, eran tremendamente peligrosas. La causa era que esos mapas de zonas de riesgo se habían hecho basándose en cálculos probabilísticos abstractos. Estos datos indicaban, por ejemplo, que en la zona norte de Alicante solo era probable esperar una lluvia torrencial de 456 milímetros cada 500 años. Sin embargo, los científicos que no se basaban en cálculos abstractos sino en la observación de la realidad física ,como Jorge Olcina, apuntaban que no en 500 años, sino tan sólo en 30, y no una sino dos veces, la realidad había superado, y mucho, la ficción matemática. En concreto, los datos reales mostraban que habían caído no 456 milímetros en esa zona, sino 871 en 1957 y en 817 en 1987. Por supuesto, esto sucedía no sólo en esta zona sino en otras muchas a lo largo y ancho del país.

Con ciertas formas de evaluar los riesgos toxicológicos está sucediendo algo parecido a lo visto con los riesgos de inundación. La maquinaria de interpretación de los riesgos tiene tanto margen de error que aunque se le introdujesen los mejores datos el resultado tendría muchas probabilidades de no ser cierto. Además, demasiado a menudo, los datos que se introducen son erróneos. Esos errores pueden tener que ver con muchas cosas, por ejemplo, con las grandes diferencias en los efectos que un mismo tóxico puede producir en animales y en personas. En un reciente Congreso de Medicina Ambiéntal, el doctor Eduardo Rodríguez Farré, del Instituto de Ciencias Biomédicas (Hosp. Clínico. Univ. Barcelona), comentó por ejemplo que el arsénico era cancerígeno en humanos y no en ciertos animales. Sería mucho lo que podríamos hablar sobre estas diferencias y sobre otros aspectos descritos en otros puuntos de esta web ,como por ejemplo el de no considerar el efecto conjunto de tantas sustancias, hasta los que tienen que ver con la burda presunción de que quepa esperar siempre, de forma lineal y simple, que a más dosis de un tóxico más efecto del mismo. Este último es un error de bulto en el que nos detendremos vamos a detenernos ahora.

No debe olvidarse que una parte de la toxicología se ha ocupado tradicionalmente de escenarios de intoxicación muy evidentes. Esos que tienen que ver con los servicios de urgencia y con lo que pone en las etiquetas de tantos productos: “en caso de ingestión accidental llame a los servicios de toxicología”. Un niño que da un trago a una botella de lejía. Un agricultor que tiene una exposición aguda a pesticidas organofosforados. Un trabajador de una industria química que sufre un accidente con una sustancia muy peligrosa. Situaciones todas de exposición a niveles muy altos de tóxicos. Cosas muy evidentes, en las que se ve, con una observación muy primaria, que un tóxico ingerido en grandes cantidades puede causar la muerte fulminante u otros espectaculares efectos y que en una menor cantidad las consecuencias son más leves. Esa percepción primaria acaba impregnado luego todo.

Buena parte de los estudios que se han realizado sobre los efectos de los tóxicos , se han centrado en exposiciones a niveles altos, si no tan altos como los de los casos citados, si altos en todo caso. Por ejemplo los estudios epidemiológicos realizados sobre determinados trabajadores. En ellos, en el fondo, sigue conservándose la idea de que deben existir unos niveles de exposición “altos” o al menos superiores a los considerados “normales” para producir daños. La comunidad científica ha demostrado sobradamente ,como vemos en otros apartados de esta web, que tal idea es errónea.

El terreno en el que nos movemos es apasionante. Hace mucho que se han superado los límites de cierta toxicología obsoleta, aunque algunas instancias oficiales sigan aferrándose a ella con graves consecuencias sanitarias. Estamos en el mundo de lo sutil. Donde lo sutil acaba teniendo efectos nada sutiles. Más bien descomunales. Y sería bueno que alguna vez , a la hora de establecer las medidas de seguridad química para los habitantes de los países , los responsables incorporasen todo lo que la investigación científica más puntera está descubriendo en este ámbito. Lamentablemente eso no está sucediendo. Por un lado está lo que dice la ciencia y por otro lo que hacen las autoridades, que sólo en casos muy puntuales y tras muchos años de esfuerzo de los científicos por ser escuchados acaban haciendo algo de caso.

A continuación vamos a ver algún ejemplo de lo que estoy diciéndoles. En concreto lo que tiene que ver con los efectos de las llamadas dosis “bajas” de contaminantes. Lo que vamos a ver va a sorprenderles sin ninguna duda y va a llevarles a ver las cosas con otros ojos.


 


 

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NOTAS:


 

1 Aunque muchos países asumieron los TLVs de los que se habla en otros apartados de esta web, desde los años 60 también los hubo que fueron desarrollando sus propias normativas. Es el caso de Alemania , los Países Bajos o los Países Nórdicos, cuyos niveles diferían bastante, por ejemplo, de los establecidos por la antigua Unión Soviética. La Organización Mundial de la Salud ha hecho por su parte esfuerzos por promover una unificación de los criterios, pero con poco éxito. En cualquier caso, y al margen de otras cosas, esto ya vuelve a evidenciar nuevas dudas sobre los niveles “legales”.

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