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Aditivos alimentarios

 

Un aditivo sería toda aquella sustancia que sin ser por sí misma un alimento ni poseer necesariamente valor nutritivo es aportada intencionadamente a los alimentos y bebidas con la finalidad de modificar su aspecto visual, olor o sabor, de facilitar su elaboración o de mejorar su conservación. También, por que no decirlo, algunos aditivos se añaden únicamente para disfrazar o para “adulterar” el alimento con materias de más bajo coste. Por ejemplo, colorantes que tratan de encubrir el aspecto poco atractivo de ciertos alimentos poco naturales, de cara a hacerlos vendibles.

Aditivos alimentarios se han usado siempre. ¿Qué es sino la sal, por ejemplo?. Pero es evidente que una cosa es un uso más o menos racional de los aditivos y otra cosa es el abuso.

La gente sabe que hoy en día, con el fuerte proceso de artificialización del de la producción y comercialización de alimentos, la utilización de estos aditivos alimentarios, muchos de ellos sintéticos, es enorme (colorantes, conservantes, antioxidantes, saborizantes, aromatizantes, edulcorantes, antiapelmazantes, emulsionantes, estabilizantes, espesantes,...). De hecho, es un lugar común manifestar recelo hacia los efectos negativos que ello pueda ocasionar. Sin embargo el grado de información existente entre la población general es manifiestamente mejorable. En realidad prevalece la más absoluta ignorancia y prácticamente nadie sabe que es o que efecto negativo puede tener el E-230, el E-231 o cualquier otro aditivo que así, en clave, figura en una etiqueta.

Para empezar por que casi nadie conoce esas claves, ni se han divulgado suficientemente. Con lo cual, igual daría que tales etiquetas estuvieran escritas en sánscrito. Todo al margen de que pocas personas suelen mirarlas. Se ha publicado muy poco al respecto. Unas pocas guías. Buena parte de la información que damos sobre este particular se basa en una de ellas (1).

En lo poco que hay publicado ,se nos aportan datos acerca de los posibles efectos sanitarios que podrían tener muchos de estos aditivos ,sean de origen natural o sintético , siendo en este último caso, por lo común, más conflictivos y pudiendo añadir efectos perjudiciales a los que , también a través de los alimentos pueden ocasionarnos otras cosas como los contaminantes ambientales –por ejemplo residuos de pesticidas- que tantas veces se encuentran en productos tales como las frutas y verduras, la carne, los huevos, o la leche. De nuevo, estamos ante otro factor que viene a sumarse para complicar aún más el complejo cóctel químico del que hemos ya hablado.

Podría pensarse que si los aditivos se autorizan es por algo, que no cabe esperar que puedan producir problemas y que, en cualquier caso, de producirlos, sería sólo en el caso de unos pocos aditivos. Sin embargo, no es eso lo que nos dicen algunos datos que se manejan y que atribuyen unos u otros problemas sanitarios, más o menos importantes, en unas u otras circunstancias, en una cantidad u otra, en unas u otras personas, solas o en compañía de otras sustancias, ... a muchos de los compuestos autorizados. El asunto, como tantas otras veces, es espinoso ya que como dice el refrán, con las cosas de comer no se juega o, al menos, no debería jugarse.

Los que comercializan los productos que contienen algunos aditivos y con ellos las administraciones que los autorizan no se cansan de pregonar la inocuidad de tales sustancias ante quienes denuncian los riesgos que podrían entrañar. Ante esta situación no cabe otra cosa, querido lector, que aplicar el sentido común y el espíritu crítico. Una posición inicial inteligente puede ser la de no alarmarse irracionalmente pero tampoco tener una confianza ciega sino un sano recelo que nos lleve a investigar y a conocer por nosotros mismos todo lo que podamos sobre esta cuestión. De ése modo podremos saber cuanto hay de cierto o no en la toxicidad que se atribuye a un aditivo, qué riesgo real hay de ingerirlo y a qué dosis o durante cuanto tiempo o, por ejemplo, si el riesgo está en la combinación de esa sustancia con otras que podamos ingerir, por ejemplo, en un fármaco o al comer cosas que contienen otras sustancias diversas. Hay que saber que una sustancia puede inhibir o incrementar la toxicidad de otra, que las sustancias pueden reaccionar entre sí y con las que hay en nuestros organismos, generando otras nuevas que pueden ser más o menos tóxicas que las iniciales. Que , de modo semejante a lo que en otras partes de esta web decimos acerca del efecto cóctel de los contaminantes, también ingerimos todo un cóctel de numerosos aditivos cuyo efecto conjunto no ha sido bien evaluado. Que además, debemos tener también en cuenta que no todas las personas son iguales y que puede haber individuos a los que a lo mejor una sustancia no les produce nada, pero que puede haber otros con especiales sensibilidades frente a la misma. Son, en fin, muchas las cosas a tener en cuenta.

En cualquier caso, pocos expertos honrados en la materia pueden estar contentos con que nuestra alimentación esté repleta de añadidos que muchas veces pueden ser innecesarios y frecuentemente dudosos. La guía de aditivos que antes comentábamos entresaca una frase de una comunicación del profesor Gounelle de Pontanel ante la Academia de Medicina francesa y en la que éste decía que “hemos de tener reservas sobre las garantías que aporta el término inocuidad: ¿Cómo aportar la prueba que no deje lugar a dudas de la inocuidad de una sustancia absorbida año tras año?. No sabemos gran cosa de las interacciones, en el interior de los alimentos y en contacto con los embalajes, entre las sustancias originales y los aditivos, entre ellos los colorantes, e incluso menos en el interior de los organismos. En suma, la inocuidad nunca está asegurada de modo definitivo. Algunos organismos son más sensibles que otros: niños, mujeres encintas, ancianos, desnutridos, enfermos y también sujetos sometidos a medicaciones largas”, concluyendo que “a partir del momento en que la duda existe, el higienista debe pedir la supresión de la autorización hasta estar informado más ampliamente, pues no es el papel del consumidor hacer de cobaya”.

¿Somos cobayas?. Lo seamos o no, es probable que haya gente a la que no le importe serlo. Gente que lo asuma o acepte sin más, con una plena fe en que hay sistemas de control absolutamente fiables. En cualquier caso y por mucho que lo aceptemos (¿lo aceptamos o simplemente se nos impone aceptarlo?) y al margen de si hay o no en algún caso riesgos sanitarios, hay algo o mucho de fraude en algunas de las situaciones creadas. ¿Qué es sino ,por ejemplo, eso de que se coloreen artificialmente vinos, queso, supuestos zumos de frutas (que de fruta tienen muy poco), o incluso algunos pescados?.

Con ello, aparte del eventual riesgo que podría estarse añadiendo de manera obviamente innecesaria en el caso de usar algunas sustancias, es obvio que se nos está engañando, al intentar que una cosa aparente un color agradable y natural que de forma natural, obviamente, no tiene. Algo parecido cabría decir de algunos aromatizantes o saborizantes. Pero también es probable que haya muchas personas que no vean en ello ninguna falta de honradez. Que estén de acuerdo en consumir productos sabiendo que tienen esas características.

Menos engaño podría existir , obviamente, en general, con otros tipos de aditivos, como puedan ser los conservantes. Al menos en cuanto a la necesidad real que podría haber de utilizarlos. Es evidente que ,en muchos casos, si no se aportasen conservantes, muchos productos podrían descomponerse (incluso creando riesgos de salud pública). Pero una cosa es eso y otra desentenderse de los abusos y de la utilización de sustancias innecesariamente peligrosas. Que un producto necesite un conservante no quiere decir que no haya que seleccionar los conservantes menos dañinos para la salud de las personas. Hay conservantes y conservantes. Y , por supuesto, tampoco deberíamos dejar de considerar optar por productos más perecederos pero que necesiten menos de la aportación de sustancias de ése tipo.

En cualquier caso, en este asunto, como en otros, se impone adoptar una posición racional y fría que valore los pros y los contras de las cosas, pero siempre desde la base de una mínima información. En este artículo, por razones de espacio, no podemos extendernos demasiado con un asunto puntual como este de los aditivos que, además, en alguna medida, no deja de ser un tanto colateral, ante la dimensión importantísima que tiene el papel de algunos de los grupos de sustancias que aparecen de manera más principal en esta web. Basten ,por tanto, unas simples pinceladas.

Se ha publicado, por ejemplo, que hay aditivos que pueden tener efectos negativos , a veces solos y a veces al mezclarse con cosas como otros aditivos o con sustancias tales como los analgésicos del tipo de la aspirina. Los efectos posibles van desde las alergias, el asma ,o los ezcemas, pasando por las reacciones de hipersensibilidad, el hipertiroidismo, los daños renales y hepáticos, hasta la anemia, las irritaciones digestivas , la descalcificación, la avitaminosis, las cefaleas o la urticaria, pasando por el cáncer, entre otras posibilidades, apuntándose que algunos pueden ser peligrosos en especial para los niños o los enfermos.

Entre los colorantes y conservantes de los que se ha escrito acerca de su posible carácter conflictivo, por unas u otras causas, con efectos más o menos graves y con mayor o menor carga de prueba acerca de ello, se citan algunos como el amarillo sólido (E105) ,el amarillo naranja S (E110), el amarillo 2G (107) , la tartrazina (E102) , el naranja GGN (E111), azorrubina (E122), amaranto (E123), escarlata GN (E125), ponceau 6R (E126), eritrosina (E127), rojo 2G (128), azul de antraquinona (E130) , azul patente V (E131), verde ácido brillante (E142), marrón FK (154), ácido benzoico (E210), benzoato de sodio (E211), p-hidroxibenzoato de etilo (E214), derivado sódico del éster etílico del ácido p-hidroxibenzoico (E215), p-hidroxibenzoato de propilo (E216), p-hidroxibenzoato de metilo (E218), disulfito de sodio (E223), difenilo (E230), 0-octilfenol (E231), tiabendazol (E233), hexametilenotetramina (E239), ácido bórico (E240), nitrito de potasio (E249), butilhidroxianisol o BHA (E320), butilhidroxitol o BHT (E321),... y en fin, otros muchos. Pero aquí no podemos, por las razones antedichas, desgranar lo que se les atribuye a unos y otros, por lo que animamos a los lectores particularmente interesados a que se hagan con obras y documentación sobre este tema tan complejo.

En cualquier caso si podemos hacer una recomendación. Al margen de si lo que se sabe sobre el tema puede hacer o no que nos alarmemos, acaso una sabia decisión sería optar fríamente por, en la medida de lo posible, intentar comer cosas lo más naturales y menos procesadas posibles, con la menor cantidad de sustancias extrañas añadidas. En otro capítulo hablaremos un poco más sobre ello.


 

NOTAS:


 

1 La que publicó ediciones Obelisco en 1985 y que luego reeditó en diversas ocasiones. Guía de aditivos conservantes y colorantes en alimentación (Obelisco)

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